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Exhibición

Elyla Sinvergüenza

Entre Coronas y Virus: Cabaret Transfronterizo Contra el Retorno a la Normalidad

La fecha de este cabaret no es mera coincidencia. Hoy estamos en víspera del aniversario de las protestas de Stonewall, lo que se conoce como la celebración del orgullo gay en el norte global. En esta fecha, hace 51 años, Marsha P. Johnson y Sylvia Rivera, dos mujeres trans, pobres, eventualmente vulnerables al VIH, racializadas negras y latinas, estaban en uno de los pocos lugares remotamente abiertos a sus identidades en Nueva York, un lugar constantemente atacado por la policía, a través de redadas, arrestos, golpes y violencia física. Ese día 51 años atrás, Sylvia y Marsha decidieron defenderse de esta violencia estatal transfóbica, racista y clasista, tirándoles ladrillos a la policía que empezaba una redada en el bar llamado Stonewall. Fueron ellas, con sus cuerpos, quienes empezaron así las protestas masivas que darían inicio al movimiento del orgullo gay en el norte global.

Irónicamente, más de medio siglo después de esa fecha histórica, quienes menos han visto su calidad de vida mejorada gracias al movimiento del Orgullo Guei empezado por Silvia y Martha, son quienes nos vemos reflejados en ellas, las pobres, las travestis, las trans, las feminizadas, las racializadas, las portadoras del virus. Esto no es casual.

La violencia racista evidenciada en Estados Unidos en las semanas previas al aniversario de Stonewall del 2020, y que vigorizó las demandas del movimiento Black Lives Matters, es apenas la punta de un iceberg muy profundo. Los asesinatos que no son grabados, los que no salen en los medios, son parte de una violencia y discriminación con raíces largas y dispersas. Como colectivo nos solidarizamos hoy con las demandas de este movimiento, pero también invitamos a revisar la parte de esas raíces que sigue asesinando, invisibilizando y discriminando a poblaciones indígenas, negras, y campesinas, en nuestros territorios desde la colonia. El asesinato reciente de Domingo Choc, un sanador Maya Guatemalteco, es uno de los muchos casos en donde se evidencia cómo continúa operando la cruz, la bala, y el capital para destruir todo lo que no se acople al modelo de organización social y económica dominante. Reconocer y desmantelar el racismo de nuestra propia casa, acompañar y aprender de la lucha de los movimientos campesino, indígena, y negro en nuestros territorios, es una tarea impostergable.

Pero además es una tarea urgente conectar esas luchas con las de otras poblaciones marginalizadas. Hace unos años, en una actividad también convocada por Operación Queer, un conocido activista gay nicaragüense dijo, en relación al activismo trans dentro del movimiento LGBT de Nicaragua, que el problema es que hacían un activismo demasiado escandaloso y confrontativo, y que no era necesario ni productivo pelarse las chichas para pedir a la sociedad que nos respete y nos vea como iguales. Operación Queer surgió hace 7 años justamente para contestarle a él y a la sociedad, que no todas las personas somos ni deseamos ser iguales al hombre o mujer que esta sociedad ve como “normales”, y que tampoco estamos implorando nos incluyan en un sistema social y económico que en lugar de celebrar la existencia y la diversidad humana, la mata todos los días, literal y simbólicamente. Este mismo sistema y este mismo activismo homonormado, es el que sigue borrando las historias de Marsha y Sylvia, y eliminando las cuerpas de quienes, como ellas, no sólo están excluidas por razón de género o sexualidad, sino además por ser negras, indígenas, pobres, con cuerpos que se apartan del canon occidental de belleza, o con demandas de transformación profundas a lo que llamamos “normal”.

El coronavirus vino a desmantelar esta normalidad. Nos restregó en la cara lo que las poblaciones más marginalizadas se saben de memoria: que somos vulnerables. Que la muerte puede estar a la vuelta de la esquina. En esa misma esquina en donde se paran las trabajadoras sexuales a trabajar, y a exponerse a ser asesinadas por los clientes o la policía misma. En esa misma esquina en donde el ex marido asesina a balazos a su ex esposa por decidirse a dejarlo. La esquina en donde asesinan a indígenas para robar sus tierras. En esa misma esquina en donde diario violan niñas, donde los crímenes de odio son pan de cada día. La esquina donde mueren “Carolinas”, de enfermedades no tratadas debido a su pobreza. La esquina desde la que habla la clase política nicaragüense (roja y negra, azul y blanco o camaleónica como Wilfredito), para seguirnos borrando de la historia que también nosotres estamos escribiendo.

No pipí, pasamos. A esa “normalidad” no queremos volver. Si algo evidenció la pandemia, es que no todas las cuerpas estamos igual de vulnerables, y que aunque el corona nos puede matar a todes, el acceso al respirador, el poder o no quedarse en casa, e incluso el acceso a información, depende de tu estatus social. Para las cuerpas disidentes la crisis es permanente, y se expresa en violencia física, médica, laboral, familiar, estatal.

Y aunque esto no es nuevo para nadie, es la normalización de estas violencias lo más nefasto, pues la “normalidad” está todos los días asesinado la divergencia. No solo a quienes nacemos “torcidos” o nos torcemos en el camino, como el gran varón Simón de la canción, sino a todes los que no calzamos en el sistema patriarcal - capitalista - neoliberal y colonial, - el virus original, y el más letal de todos.

Hoy por eso, no conmemoramos el orgullo gay que busca ser parte de esa normalidad. Hoy conmemoramos la resistencia cochona transfeminista. Una resistencia profundamente política, alborotada, chichas peladas, con ojo crítico y abrazo solidario. Una resistencia creativa, que se atreve a imaginar y crear otras realidades, y que actúa colectivamente, desmontando el individualismo que nos impone el sistema neoliberal. Y aunque la pandemia nos ha robado este año la oportunidad de abrazarnos, de sudar, y bailar juntas, también nos ha hecho despertar a las posibilidades de romper fronteras, clasificaciones, mandatos, y “normalidades”. Y en eso estamos. Con ustedes, el cabaret.

Exhibition

Elyla Sinvergüenza

Between Crowns and Viruses: Cross-Border Cabaret Against a Return to Normal

The date of this cabaret is no coincidence. Today we are on the eve of the anniversary of the Stonewall protests, what is known as the celebration of Gay Pride in the Global North. On this date, 51 years ago, Marsha P. Johnson and Sylvia Rivera, two trans, poor, eventually HIV-vulnerable, racialized Black and Latina women, were in one of the few places remotely open to their identities in New York City, a place constantly attacked by police, through raids, arrests, beatings and physical violence. That day, 51 years ago, Sylvia and Marsha decided to defend themselves against this transphobic, racist and classist state violence, throwing bricks at the police who were starting a raid on the Stonewall bar. It was they, with their bodies, who thus began the mass protests that would start the Gay Pride movement in the global north.

Ironically, more than half a century after that historic date, those who have least seen their quality of life improved thanks to the movement of gay pride started by Sylvia and Marsha, are those who see themselves reflected in them: the poor, the drag queens, the trans, the feminized, the racialized, the carriers of the virus. This is no accident.

The racist violence witnessed in the United States in the weeks before the Stonewall anniversary in 2020, and which has invigorated the demands of the Black Lives Matters movement, is just the tip of a very deep iceberg. Murders that are not recorded, those that are not revealed in the media, are part of a violence and a discrimination that has long and disperssed roots. As a collective, we stand in solidarity today with the demands of this movement, but we also invite you to review the part of those roots that continue to murder, invisibilize and discriminate against Indigenous, Black, and peasant populations, particularly in the territories of the colonised. The recent murder of Domingo Choc, a Guatemalan Mayan healer, is one of many cases in which it is evident how the cruxifix, the bullet, and capital continue to operate to destroy everything that does not fit the model of the dominant social and economic organization. Recognizing and dismantling the racism of our own homes, accompanying and learning from the struggle of the peasant, Indigenous, and Black movements in our territories, is an urgent task.

It is also urgent to connect these struggles with those of other marginalized populations. A few years ago, in an activity also organised by Operación Queer, a well-known Nicaraguan gay activist said - in relation to trans activism within the Nicaraguan LGBT movement - that the problem is that these activists were doing scandalous and confrontational activism, that it was not a necessary or productive to show our tits as a way to ask society for respect and to see us as equals. Operación Queer emerged 7 years ago in response to these comments, and to a society that does not reconginse that not all people wish to be equal to the man or woman that this society sees as “normal”. We are not imploring to be included in a social and economic system that instead of celebrating the existence and diversity of humans, kills this difference every day, literally and symbolically. This same homonormative system erases the stories of Marsha and Sylvia, and eliminates the bodies of those who, like them, are not only excluded by reason of gender or sexuality, but in addition for being Black, Indigenous, poor, with bodies that deviate from the Western canon of beauty, bodies that demand deep transformation to what we call “normal”.

The coronavirus has arrived to dismantle this normality. It has rubbed into our faces what the most marginalized populations know by heart: that we are vulnerable. That death may be around the corner. On that same corner where sex workers stop to work, and expose themselves to being killed by clients or the police themselves. On that same corner where the ex-husband shoots his ex-wife for deciding to leave him. The corner where Indigenous people are murdered in order to steal their lands. On that same corner where girls are raped every day, where hate crimes are the daily bread. The corner where "Carolinas" die, of untreated illnesses due to their poverty. The corner from which the Nicaraguan political class speaks (red and black, blue and white or chameleon like Wilfredito), to continue erasing us from the history that we are also writing.

No baby, leave us out of this. We do not want to return to that "normality". Something made clear by the pandemic is that not all bodies are equally vulnerable, and that although the “corona” can kill us all, access to respirators, power, not staying home, and even access to information, depends on your social status. For dissident bodies, the crisis is permanent, and it is expressed in physical, medical, work, family, and state violence.

And although this is not new to anyone, it is the normalization of these types of violence that is the most disastrous, since "normality" is killing diversity every day. Not only those of us who are born "crooked" or twisted along the way, like the great son Simón of the song "El gran varón", but also those of us who do not fit into the patriarchal, capitalist, neoliberal colonial system - the original virus, and the most lethal of all.

Today for that reason, we do not commemorate Gay Pride that seeks to be part of that normality. Today we commemorate the cochona transfeminist resistance. A deeply political resistance, with our tits out , impatiently with a critical eye and a supportive embrace. A creative resistance, which dares to imagine and create other realities, and which acts collectively, demonizing the individualism imposed on us by the neoliberal system. And although the pandemic has robbed us this year of the opportunity to hug, sweat, and dance together, it has also made us wake up to the possibilities of breaking borders, classifications, mandates, and "normalities." That is where we are. And now, the cabaret.

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